BLAKE, MÍSTICO SALVAJE (VI)

EL DESTINO DE LAS ALMAS




     The stars turns to grey in the skys / Merry-go-round round / Sadness comes down down / The rise of a dragon (imperious) / The fall of an empire (imperium) / The flash of a thunderbolt (imperial) / The birth of a child apears / The sadness to come shall dissolve / The nature of the sky is joy...

                                                                                  Current 93 (Oh Merry-Go-Round)

    

    En su Peri arkhon Tratado de los Principios, Orígenes aborda la cuestión del destino de las almas desde una perspectiva dependiente del antedicho esquema procesional (1). En un principio, todas las criaturas eran iguales y se encontraban felizmente unidas en la contemplación de la excelsa Trinidad. Al igual que en los relatos gnósticos sobre el origen, un suceso desafortunado alteró el majestuoso y placido orden divino que había reinado desde el comienzo. En este caso, la causa no fue el "traspiés" de una entidad o fuerza específica (la sophia de los valentinianos o el eón lapso de las demás cosmogonías gnósticas), sino algo achacable, en mayor o menor medida, a todos los espíritus que anidaban en la esfera de la divinidad: una especie de saciedad general que perturbó la hasta entonces serena actividad contemplativa. Por esta razón, todas las entidades acabaron alejándose de Dios. No todas por igual: las que sufrieron en menor grado esa pesadez o saciedad permanecieron en un nivel superior, más próximas a Dios. Éstos son los ángeles, que diferirían del resto de espíritus, no por poseer una naturaleza distinta, sino en virtud de una "disposición interior" diferente a la de las otras almas. Tal diferencia se traducirá en los distintos grados de "materialidad" manifestados tras la caída. 

    La aparición de la materia es consecuencia directa de la caída. Tras el primer alejamiento de las almas, Dios crea una segunda naturaleza por pura compasión, con el fin de que éstas pudiesen purificarse de nuevo. Así, el mundo sensible no es sino el espacio donde los espíritus encarnados han de someterse a las distintas pruebas que les permitirán reencontrarse con su pureza original. El mero hecho de caer en este "purgatorio", sin embargo, no podría asegurar en modo alguno la redención del espíritu errante. Para algunas almas, el retorno final a la morada celestial, su completa restauración espiritual, puede conllevar un arduo y prolongado itinerario cósmico por diversos mundos. Evangelista Vilanova nos ofrece un buen resumen de la alucinante soteriología origeniana en estas líneas, a propósito de los distintos peregrinajes cósmicos de cada criatura racional: "En efecto, después de esta estancia [en el mundo sensible], algunos espíritus acentúan su caída, otros se remontan sólo imperfectamente. Todos los espíritus tienen que ser unificados, en virtud del principio según el cual el final debe de ser idéntico al comienzo; todos los espíritus tienen que volverse a encontrar en el estado de unidad e igualdad en que se hallaban originariamente. Por lo tanto, es necesario que la odisea de los espíritus prosiga en una serie de mundos que deben ser distintos los unos de los otros porque, en cada uno de dichos mundos, las disposiciones y cualidades de los espíritus varían. Así se encaminan hacia el fin de las cosas, hacia la restauración de la unidad original" (2). 

    La redención de cada conciencia singular, libre y autónoma, pasa por volver el rostro al resplandor que irradia la verdad del Verbo encarnado. De entre todas las almas, la de Cristo es la única que ha permanecido unida a Dios, recibiendo del Verbo toda su gracia, dignidad y plenitud sustancial. Todas las demás criaturas racionales son, como ya hemos apuntado, almas degradadas en mayor o menor medida. Su desgracia, no obstante, no fue producto de un determinismo necesario (como en la gran filosofía pagana); tampoco consecuencia de las malas artes de un demiurgo inepto (como en el gnosticismo heterodoxo). Se debe en exclusiva al negligente empleo del don que Dios, magnánimamente, otorgó desde el comienzo a todas sus criaturas: la libertad. El Verbo quiso desde un principio que la adhesión de los espíritus a su gloria fuese libre y voluntaria. Regalo inapreciable e inmerecido, rebosa de su propia esencia, de su privilegiada naturaleza; y, por eso mismo, otorga a las criaturas la posibilidad de "ser como dioses". Libertad inquebrantable e irrenunciable, permite al espíritu apropiarse de las semillas del Logos y asentir a la verdad; pero, por descontado, también le permite pecar. Todo el trayecto de las almas más alienadas a través de los distintos planos siderales no será sino el reflejo, expresado desde una grandiosa alegoría cósmica, de su obcecada insistencia en el error.

  No cabe duda de que el espiritualismo de Blake es en buena medida deudor de la teología origeniana. Tanto en Orígenes como en Blake el cuerpo no forma parte de la naturaleza de los seres. Esto es así principalmente porque en las cosmologías de ambos no cabe la idea de una naturaleza autónoma, que afecte en exclusiva al orden de las criaturas; es decir, que esté desligada del linaje celestial de éstas. Según ambas doctrinas, todas las criaturas son originalmente incorpóreas. Como ya se ha dicho, fue debido a la caída que los seres acabaron revestidos de un cuerpo (im)propio. Aun así, Orígenes, implacable adversario del gnosticismo herético, no considera que la corporeidad sea algo malo en esencia. Por más que  la caída  conlleve el descenso al mundo sensible, no puede decirse que consista básicamente en eso. Ya se ha señalado, además, que la materia no fue causa de la caída, sino una de sus consecuencias. Todo ello remite a una explicación sencilla: en Orígenes el pecado depende exclusivamente de la voluntad, nunca del cuerpo; y la corporeidad, en ultima instancia, se halla necesariamente vinculada a la diversidad, nunca al mal. Las almas, al abandonar la esfera divina y encontrarse disgregadas, se vieron necesitadas de un sustento hílico, material; capaz de cohesionar una entidad desleída, huérfana del soporte substancial que le proporcionaba la matriz primigenia. Su revestimiento carnal, por lo tanto, mas que un castigo, supone una oportunidad de expiación ofrecida por Dios. 

    Esto nos lleva a la cuestión del mal. Y, por supuesto, a la conexión antinomianista; la cual, refiriéndonos a Orígenes (o a la primera patrística en general), no puede afirmarse de manera taxativa. Al contrario, representa un punto complejo y difícil de analizar. De hecho, parecería plausible el  descartarla categóricamente. Nos impulsaría a ello tanto el rechazo explícito que manifiesta hacia la "falsa gnosis", como su reconocida adhesión a los preceptos del antiguo testamento, siempre defendidos ante las invectivas de los marcionitas o valentinianos. Pero es justamente en su actitud frente a los dogmas (respetuosa, sin duda), y, en general, en su singular prisma hermenéutico, donde encontramos un hilo sugestivo del que podemos tirar a la hora de abordar la problemática mencionada.

    Según Orígenes, sólo los "espirituales" pueden acceder al sentido último de las escrituras. El corpus bíblico presenta tal complejidad y densidad de contenido, que permite todo tipo de aproximaciones teóricas. Cada lector, dependiendo de sus conocimientos y condición interior, permanecerá en un determinado nivel exegético. Si lo judíos no han aceptado a Cristo como verdadero Mesías es porque son incapaces de descubrir el sentido espiritual del Nuevo Testamento, cuya grandeza convierte al Antiguo en preludio paradigmático: relato simbólico que preanuncia la auténtica Buena Nueva. Los gnósticos, por su parte, tampoco pueden abrirse al sentido "analógico" del Antiguo Testamento, imaginando, en consecuencia, que el Creador del Génesis es en realidad el Demiurgo malvado. Los cristianos "carnales", por último, se quedan en el sentido "literal", lejos del significado profundo del mensaje bíblico. Éste sólo se hace accesible por medio de la interpretación "tipológica": la lectura iluminada por la acción del Verbo en el alma, expresada por una dialéctica analógica alrededor de las figuras de la sombra, la imagen y la verdad (la cual, según parece, se inspira en determinados pasajes de la epístola a los Hebreos).

    Mostrarse receptivo a esta verdad será el condicionante mayor respecto a la propia salvacion del alma. El cristiano espiritual, que se alimenta interiormente de la sabiduría del Verbo, debe partir de la siguiente básica premisa: "La sombra del Antiguo Testamento es superada por la imagen de Cristo y de su Iglesia, la cual hallará su plenitud en la verdad del reino" (3).



    Pues bien, en el prólogo del Peri arkhon, Orígenes parte de lo siguiente: los espirituales deben atender al kerygma, el conjunto de verdades establecido por la tradición apostólica, para, inmediatamente después, entregarse a los gymnasiai, ejercicios interpretativos que  escrutan lo postulado por el kerygma. En este sentido, su inmenso tratado (así como el conjunto de su obra) puede contemplarse como el riguroso intento de articular una summa gymnasiai; esto es: un compendio sistemático de aquellos principios kerigmáticos susceptibles de configurar una cosmología completa, repensados desde una óptica espiritualista. Estos gymnasiai, por supuesto, atañen en ciertos puntos -acaso tangencialmente- al orden moral. Decir que tales implicaciones con respecto a la moral suponen una parcial "relativización" de la misma sería una grosera simplificación. Pero no puede pasarse por alto el carácter ambivalente de las mismas.

    Las criaturas racionales, según Orígenes, son libres. Tanto el pecado como la remisión completa dependen de forma absoluta del libre arbitrio de todas ellas. La idea de libertad es, en cierto sentido, el motor teórico de algunas de exposiciones mas osadas y enjundiosas de Orígenes. El segundo libro del Tratado de los Principios nos ofrece un buen ejemplo de ello:

Dios dispuso así cada cosa (en esta creación que se ha vuelto diversa por la variedad de los movimientos de aquellos que decayeron de la unidad primitiva) de modo que cada espíritu o alma no se vean forzados a actuar contra su voluntad ni de forma distinta a los impulsos de su libre arbitrio, de modo que pudiera decirse que les ha sido quitada su libertad, que sería la esencia misma de su naturaleza, sino que los diversos impulsos de su querer están ordenados conveniente y útilmente según la coherencia de un único universo en el que unos tienen necesidad de ser ayudados y los otros pueden ayudar y algunos provocan las luchas y tentaciones a los que progresan, de modo que gracias a ellos resulte su celo más probado y más firme la estabilidad en su estado después de una victoria más firme, obtenida al precio de las dificultades. De este modo, si bien dispuesta en oficios diversos, la situación del universo entero no puede ser entendida como disonante y discordante, sino que del mismo modo que nuestro cuerpo es uno por la adaptación de los diversos miembros y está trabado por un alma única, así pienso que se ha de considerar el mundo entero como un ser vivo inmenso y gigantesco, mantenido por una sola alma gracias al poder y al logos de Dios (4).

    A estas alturas ya nos tiene que resultar familiar una cosmovisión de este tipo. Más allá de su entronque con la cosmología estoica, evidente e innegable (que concebía el universo como un gran todo viviente), este texto anticipa las futuras intuiciones swedenborgianas sobre lo Divino Humano, de cuya influencia Blake jamás se desprendería. Pero además, ofrece un epítome perfecto de la teoría origeniana referente al mal y al lugar que éste ocupa en el cosmos. Apartándose ligeramente de la incipiente línea neoplatónica (Amonio Saccas) que consideraba el mal como carencia (o alejamiento de la hipostasis en pos de la diversificación), Orígenes conceptúa el pecado como herramienta que sirve a los fines divinos, recurso provechoso dentro del plan económico que mira por la rehabilitación de las almas y la restauración de la unidad. Jean Daniélou ofrece a este respecto una síntesis magistral: "Esta disposición del mundo está regida por un principio único, y es que Dios, que persigue un fin único, que es conducir las criaturas espirituales a retornar libremente a él, todo lo dispensará con vistas a este resultado. Se servirá de los mejores, es decir de los ángeles, para ayudar a los menos buenos, asociándolos a su obra y pidiéndoles que esperen, para gozar ellos mismos de la plena beatitud, a haber ayudado a los demás. Por otra parte, dejará muchas veces que los malvados se hundan en el mal. Endurecerá el corazón del Faraón. Sabe, en efecto, que mostrarles el bien sería prematuro. Siguiendo la imagen de Orígenes, es preciso dejar que madure el absceso y hasta acelerar su maduración para poderlo curar. Si el pecado tiene su origen en una saciedad del bien (kópos), en una necesidad de cambio, para algunos será preciso crear una saciedad del mal, dejarles gustarlo, si así lo quieren, hasta que se cansen y vuelvan por sí mismos al bien. Así el pecado aparecerá muchas veces como un camino de salvacion" (5).

    La marcha del universo no representa otra cosa que el movimiento de la apocatástasis, el retorno final de todas las cosas a la unidad. La rehabilitación completa del cosmos, donde cada criatura recobra la pureza de su noble estado original. En Blake, esta apocatástasis cristaliza en una Eternidad redentora y omnímoda, que preserva la esencia imperecedera de todo cuanto vive. El cuerpo trascendente de la Imaginación, del que todos formamos parte. En este espacio de "eterno goce" no hay lugar para "El Jesús rastrero del Sí y el No"; al contrario, todo él conforma el verdadero seno de la Divinidad, el autentico Jesús divino-humano, cuyo espíritu, nos dice en Jerusalén, es "continuo perdón del pecado". 

El error, el mal, depende de la creación; es decir, aparece con la naturaleza y, ya sea mera ocasión de adentrarse en el "camino de salvacion", ya sea simple ilusión y engaño, está condenado a desaparecer. "El juicio Final es necesario porque los necios prosperan", sentencia Blake en su Visión del Juicio Final. Los últimos párrafos de este fascinante opúsculo contienen la clave de su discurso moral, tan vinculado a la gnosis herética como a la proto-ortodoxa: 

La Biblia nunca nos dice que los demonios se atormenten unos a otros por Envidia, pero mediante la Envidia atormentan a los Justos. Entonces, ¿por qué se atormentan unos a otros? Yo respondo: por las leyes coercitivas del Infierno, por la Hipocresía Moral. Atormentan a un hipócrita cuando éste es descubierto; castigan un Fallo del torturador que ha permitido que el Sujeto de su tormento Escape. En el Infierno todo es Fariseísmo. Allí no existe el Perdón de los Pecados: allí, aquel que Perdona el Pecado es Crucificado como Cómplice de Criminales, y quien realiza Obras de Misericordia de Cualquier forma es castigado y, si es posible, destruido, no por envidia u Odio o Malicia, sino por el Fariseísmo que cree servir a Dios, un Dios que es Satán [...]. Los Ángeles no son Ángeles por ser mas Santos que los Hombres o lo Demonios, sino porque no esperan santidad unos de otros, sino sólo de Dios. El Actor es un mentiroso cuando dice: "los Ángeles son más felices que los Hombres porque son mejores". Los Ángeles son más felices que los Hombres y los que Demonios porque no están siempre husmeando el Bien y el Mal en los demás ni comiendo del Árbol del conocimiento para la gratificación de Satán [...]. El Juicio Final es la Derrota del Mal Arte y de la Mala Ciencia. Sólo las Cosas Mentales son Reales. Lo que llamamos Corpóreo nadie sabe dónde se Encuentra: es una falacia, y su Existencia es una Impostura. ¿Dónde está la Existencia fuera de la Mente o del Pensamiento? ¿Dónde sino en la Mente del Necio? [...]. El Error es Creado. La Verdad es Eterna. El Error, o Creación, se consumirá y entonces, y no hasta Entonces, aparecerá la Verdad o Eternidad. Se ha Consumido desde el Momento en que los Hombres dejan de contemplarlo. Yo afirmo, por Mi Parte, que no contemplo la Creación externa y que para mí esta sólo es un impedimento y que no es Acción. Es como el polvo sobre mis pies. No es parte de Mí. "Y entonces", me Preguntarán, "cuando sale el Sol, ¿no ves un redondo disco de fuego parecido a una Guinea?". Oh, no, no: veo la Innumerable compañía de la hueste Celestial clamando "Santo, Santo, santo es el Señor Dios Todopoderoso". No le Pregunto a mi Ojo Corpóreo o Vegetativo más de lo que le preguntaría a una Ventana respecto a una vista. Miro a través de ella y no con ella.  


NOTAS: 

1- Vid. la anterior entrada de la serie: Naturaleza desvelada. 

2- Evangelista Vilanova, Historia de la Teología Cristiana p. 197

3- Evangelista Vilanova, opcit., 193.

4- OrígenesTratado de los Principios  II, 1, 2 

5- Jean Daniélou, Mensaje Evangélico y Cultura Helenística p. 406 



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