BLAKE, MÍSTICO SALVAJE. LAS DOS FUENTES DEL ANTINOMIANISMO BLAKEANO (V)
NATURALEZA DESVELADA
La nube del olvido debe borrar todas las cosas creadas, a semejanza de esta nube del desconocimiento que actúa como si se hallara encima de ti, entre tú y Dios.
The Cloud of Unknowing (anónimo del S.XIV)
La cosmogonía blakeana, tanto por su estructura como por su sentido último, está más cerca de las elucubraciones gnósticas de los valentinianos que de la teología de los padres griegos de la iglesia, aunque en modo alguno pueda decirse que no haya rastro en Blake de las concepciones fundamentales de estos últimos. Es necesario recordar a este respecto que los principales nombres de la patrística no sólo no rechazaron el término "gnosis", sino que, además, no dejaron nunca de concebir su propia labor doctrinal -orientada a establecer las bases de una hipotética ortodoxia eclesiástica- como el intento sistemático de formular los principios esenciales de una "gnosis verdadera". Por supuesto, llevar a cumplimiento esta tarea exigía desenmascarar a los falsos portadores de la verdad; esto es, declarar inválidos aquellos juicios que, desde las alambicadas doctrinas "gnósticas" de grupos como los marcionitas o los setianos, parecían constituir la clave de acceso al conocimiento profundo de los misterios teológicos. Dentro de este primer gran movimiento patrístico (Siglos II y III) sobresalen Ireneo de Lyón y la llamada Escuela de Alejandría, con el egregio Orígenes como figura predominante.
La obra fundamental de Ireneo de Lyón, y primer gran tratado de la naciente literatura patrística del siglo II, es conocida por su titulo latino Adversus haereses ("Contra las herejías"). Su titulo original, Elenjos kai anatroe tes seudonímon gnóseos, podría traducirse por "desenmascaramiento y refutación de la falsa gnosis". Esto ya nos pone sobre la pista de aquello que apuntábamos: además de la rigurosa impugnación de todas las doctrinas gnósticas que se habían descarriado por la senda herética, la obra de Ireneo ofrece un denso conjunto de postulados capaces de alumbrar un primer corpus de especulaciones gnósticas, en perfecta congruencia con el mensaje de la tradición apostólica.
Antes de rastrear los posibles paralelismos entre la cosmovisión blakeana y el gnosticismo protoortodoxo de los siglos II y III, convendría especificar cuáles son, a grandes rasgos, los principales puntos de disenso entre Blake y una concepción general y simplificada de la ortodoxia cristiana. Asumiendo ciertos postulados swedenborgianos -ya comentados anteriormente- relativos a la "Forma Humana de lo Divino" o la "Divina Humanidad", Blake rechaza la idea de una posible "glorificación" de la carne, incluso aquella que albergó el espíritu de Cristo. La Imaginación, cuerpo omniabarcante de la Divina Humanidad, de la cual todos participamos -y a la cual todos retornaremos-, conforma el verdadero Cuerpo de Jesús. Es un error, a juicio de Blake, poner el acento en el acontecimiento de su encarnación, pues ésta no representa ni sintetiza en sí misma la función redentora de su inmersión en lo humano; al contrario, el acto decisivo es el desprendimiento del pecado, ligado consustancialmente al ropaje carnal. De ahí que el zoa Los, indignado ante las blasfemias de una Naturaleza que pretende auto-sacralizarse, grite lo siguiente:
Un Cristo Vegetado y una Virgen Eva son la Blasfemia Hermafrodita; por su Nacimiento Maternal, él es ese Maligno y su Maternal Humanidad debe desecharse Eternamente, para que la Generación Sexual no se trague la Regeneración.
Kathleen Raine, comentando este pasaje de Jerusalén, sostiene lo siguiente: "Para Blake, la generación mortal une un espíritu inmortal al cruel cautiverio de la mortalidad". De este modo, nos topamos con el núcleo duro del gnosticismo blakeano: la imagen del alma como centella divina apresada en un cuerpo mortal. De esta idea seminal partirá, como ya hemos visto, su rechazo de las ataduras físicas como fuentes de alienación respecto de las capacidades humanas y de la visión imaginativa; todo lo cual culminará, en el grueso de sus Libros Proféticos, con una completa impugnación de las bases del materialismo occidental (las ideas sobre espacio, tiempo y materia desarrolladas por la ciencia postcartesiana). Es la fundamental concepción gnóstica de la encarnación, la cual, ligada al motivo redentorista del credo cristiano, aparece ya -y con toda contundencia- en una temprana obra de Blake, Canciones de Experiencia:
Tú, Madre de mi Mortal parte,
Con crueldad modelaste mi Corazón,
Y con falsas lágrimas autoengañosas
Me ataste Nariz, Ojos y Oídos:
Encerraste mi Lengua en insensible barro,
Y me traicionaste a la Vida Mortal.
La muerte de Jesús me liberó:
¿Entonces qué tengo que ver contigo?
Si pensamos ahora en las implicaciones religiosas de este rechazo a las ataduras naturales, a la carne, podemos deducir una postura aparentemente irreconciliable con los dogmas católicos relativos a la dignidad del cuerpo y su permanencia en la vida ultraterrena. Basta recordar a este respecto el siguiente pasaje de El Evangelio Permanente, poema que, además de sintetizar la particular cristología de Blake, puede considerarse un compendio de todas sus hipotéticas herejías:
Adoptó el Pecado en el Vientre de la Virgen,
Y se despojó de él en la Cruz y el Sepulcro
Para ser adorado por la Iglesia de Roma.
De nuevo la gloria de Cristo cifrada en el despojamiento de su humanidad natural, de la cárcel somática que entorpece, cual pesado lastre, el vuelo libre del alma imaginativa; de ese cuerpo al que, según la ortodoxia católica, le espera una regeneración completa en la vida futura. "Regeneracion" en un sentido radicalmente distinto al que Blake adjudica al término (disociado, en este caso, de la "generación" como estado caído de un alma que "vegeta", humillada y menesterosa...) Kathleen Raine apunta: "Blake tiene razón en que la iglesia romana específicamente enseña la resurrección del cuerpo físico y que el hombre natural asciende al cielo". En el "cielo" blakeano no hay lugar para lo "natural". Es justamente un manantial de goce eterno, de energía divina (es decir, humana: tal diferenciación pierde su sentido en la Eternidad) porque no acoge en su seno las limitaciones psico-físicas inherentes a todo lo relacionado con el orden de la naturaleza (1).
Conectamos así con otra cuestión fundamental: el rechazo, por parte de Blake, del concepto de creación divina. El influjo de la tradición marcionita es en este punto más que evidente, revelando por añadidura la asunción de la hipótesis gnóstica del demiurgo malvado y de la crueldad del mundo natural. Hay que tener en cuenta, no obstante, que tal rechazo no parte de la adhesión al principio lógico del paganismo clásico "ex nihilo nihil fit" (detrás de las concepciones blakeanas siempre hay más teosofía que razonamiento lógico o filosófico), sino de la aceptación del presupuesto gnóstico de la creación cósmica entendida como debacle universal. En su caso particular, el equivalente a la región pleromática sería la Eternidad, de la cual se desprendieron las potencias anímicas representadas por los cuatro Zoas (las cuales se degradaron hasta conformar, en el estado de Generación y en el árido subsuelo de Ulro, los alienados instintos naturales que se agitan en nuestro interior). Así de tajante expresa el poeta en su Visión Del Juicio Final:
Muchos suponen que antes de la Creación todo era soledad y caos. Esta es la idea más perniciosa de cuantas puedan entrar en la mente, ya que borra toda la sublimidad de la Biblia, limitando toda la existencia a la Creación y el caos, al tiempo y espacio fijados por el ojo corpóreo y vegetativo... La eternidad existe, y todas las cosas en ella, independientemente de la Creación, que fue un acto de misericordia.
Hay que tener en cuenta, no obstante, que la idea blakeana de la creación -y del orden natural en su conjunto- tiene más que ver con una impuesta limitación a nuestras facultades perceptivas -e imaginativas- que con el reino de substancias tangibles cuya opacidad representaría un escollo insalvable en el sendero de la gnosis. Ya sabemos que para Blake el cuerpo es "un trozo del alma"; y que el Estado de Generación es en parte una ilusión (forma caída de una entidad plena, fragmento depauperado de la Eternidad). ¿Tan lejos está todo esto de la concepción de la naturaleza que encontramos en la protoortodoxia de los Siglos II y III? ¿Bajo qué luz y de qué manera concebía ésta la creación?
La gnosis de Ireneo se basa en el conocimiento superior que garantiza la fe. Se trata del intellectus fidei, el cual se opone categóricamente a la práctica totalidad de las afirmaciones provenientes del gnosticismo herético. No podía ser de otro modo, ya que Ireneo considera que sólo puede haber gnosis de aquellas cuestiones tratadas por la Escritura. De este modo, despacha de un plumazo cuestiones tales como los acontecimientos anteriores a la creación, la generación del Hijo, la naturaleza de los ángeles, etc... todas ellas estudiadas por los gnósticos con extraordinaria intensidad y detenimiento. Como explica Evangelista Vilanova en su comentario a Ireneo, "El verdadero objeto de la gnosis son las verdades que la escritura afirma claramente... en general son las cuestiones que se refieren a la economía de Dios en la historia salvadora" (2). No obstante, tal economía de Dios, el plan de salvación que restaurará el mundo y nuestra naturaleza caída, será escrutado por Ireneo mediante un método exegético que acorta la, a priori, insalvable distancia que media entre él y sus rivales heterodoxos. La soteriología de Ireneo está fuertemente ligada a la noción de recapitulación. Cristo es la figura que llevará a cabo la restauración completa al final de los tiempos, cuando todo vuelva a la unidad; el Verbo encarnado que permitirá el retorno a la fuente original de toda la realidad disgregada e imperfecta. En ese retorno postrero, el hombre llevará a cumplimiento el proceso de educación puesto en marcha por la economía dinámica de Dios. Por supuesto, esa educación se desarrolla en un esquema lineal que da cuenta de un periplo marcado por la libertad en su inicio y su fin: es el excelso don del Padre que ocasionó nuestra caída (la desobediencia de Adán, creado "a imagen y semejanza" de Dios, como interrupción del plan económico) y en virtud del cual podremos reemprender el camino de la salvación (redescubrir en Cristo la "imagen y semejanza" perdida con Adán). Esto es lo que Ireneo llama la "recapitulación". Dentro de su esquema, el concepto gnóstico de materia es reformulado de acuerdo con ciertos planteamientos de la tradición judeocristiana (es decir, lindantes con el gnosticismo hebraico). La prisión corporal que mantiene cautiva al alma será, de este modo, el plasma material que, a medida que es recapitulado por el Verbo, se imbuye del Espíritu Santo y puede, en consecuencia, acceder al conocimiento perfecto de Dios. En cualquier caso, el esquema básico de la teología emanantista, compartido por los gnósticos y los neoplatónicos, se mantiene: surgimiento, expansión y repliegue. Un esquema que permanece inalterado, como ya hemos visto, en los mitos cosmogónicos de Blake; ocupando la Eternidad, en su caso, el lugar que el Pleroma y el Uno ocupan en la teología gnóstica y en la neoplatónica, respectivamente.
Al igual que en el gnosticismo herético, Ireneo distingue entre los hombres psíquicos y los espirituales, aunque él se acoge en todo momento a la autoridad veterotestamentaria (Is. 42:5, por ejemplo). El "hálito de vida" anima el plasma material, y convierte al hombre en un ser "psíquico"; el "Espíritu vivificante", sin embargo, hace de él un ser "espiritual". Nuestra salvación exigiría el repudio de las inclinaciones concupiscentes y de la razón desligada de la fe, de todo aquello que representa al "hombre viejo". Pero en ningún caso nos avoca a intentar trascender la propia naturaleza "carnal". Desde el Libro IV de su Adversus Haereses, "La enseñanza de Cristo", Ireneo se muestra categórico a este respecto:
El apóstol mismo en persona, cuando nos escribía cómo se había formado en el seno materno y había salido de él nos confesaba, en su carta a los Filipenses, que "vivir en la carne me será para fruto de la obra". El fruto de la obra del Espíritu es la salvacion de la carne, porque ¿cuál podrá ser el fruto visible del Espíritu invisible, sino hacer la carne madura y capaz de recibir la incorruptibilidad? Si por tanto "vivir en la carne es para fruto de la obra", el apóstol no menospreciaba de ninguna manera la sustancia de la carne, cuando decía: "despojaos del viejo hombre con todas sus obras", sino que tenía intención de declarar el rechazo de nuestra "antigua manera de vivir vieja y corrompida" (Ef 4:22).
De ahí que Ireneo, basándose en la doctrina paulina, afirme la posibilidad de la permanencia de la carne en el final de los tiempos, siempre y cuando ésta haya sido absorbida por la vida en virtud de la acción del Espíritu vivificante. El repliegue unificador, la etapa última de la marcha procesional del cosmos, no concluiría, por esta razón, con la disolución del espíritu singular (reabsorbido en el seno de la unidad divina). Quedarían preservadas tanto la integridad substancial del espíritu como su "corporeidad", el plasma material "vivificado". La promesa de la resurrección descansa en esta "recapitulación de la carne", destino del hombre en tanto que compuesto corpóreo-espiritual sometido a la economía del Verbo encarnado. La carne recapitulada está preparada para "heredar el reino de Dios".
Clemente de Alejandría se mostrará mas receptivo a la tradición helenística, acogiendo en el seno de su doctrina todas aquellas interpretaciones pretéritas que revelaron las semillas del Logos (principalmente de Homero y Platón). Sus escritos también supondrán un cierto avance con respecto a la -autoasumida- tarea de fijar las bases de la gnosis verdadera, connaturalmente ligada a la fe (3). A él se le atribuye, por ejemplo, la introducción en el ámbito patrístico del termino agnostos, de clara raigambre gnóstica, para designar al Dios hiper-trascendente de la Biblia. Se trata del mismo Dios "incircunscriptible" de Filón de Alejandría, invisible e intemporal. Es también el Dios "ignorado" de Simon el mago, oculto, desconocido. Pero es un Dios que, aun siendo un misterio inefable, se hace accesible al alma del creyente a través de Cristo; un Dios oculto que, sin embargo, se da a conocer.
En los Stromata (los "tapices"), obra gigantesca y de singular eclecticismo conceptual, se perciben ecos de la teología de Ireneo, especialmente en lo tocante a la idea del camino iniciático del gnóstico como asimilación del proceso educativo inscrito en el plan de Dios. Clemente, según la gran interpretación de Jean Daniélou, recoge los impulsos de la apocalíptica judía y los integra en la tradición de la "bienaventurada enseñanza", un crisol de doctrinas esotéricas donde Panteno, Filón y Platón se reinterpretan en clave gnóstica. El hilo conductor de su investigación sobre el conocimiento perfecto sería el avance de la prokopé, la ascensión gradual del alma cristiana a través de las distintas moradas angélicas. La culminación de este itinerario místico, en la que el alma alcanza el pináculo celestial y se sitúa junto al Salvador, abre la posibilidad de la apokatastasis (la reparación universal de todas las conciencias), concepción herética defendida por Blake y que fue desarrollada en profundidad por Orígenes. Será en la obra de éste último donde se conjuguen la escatología ireniana y el gnosticismo de Clemente, cristalizando en un portentoso sistema teológico-filosófico, cumbre de la patrística alejandrina e inequívoco referente del milenarismo blakeano.
NOTAS:
1- Resulta curioso cómo algunos autores (W. B. Yeats o Georges Bataille, por ejemplo) han insistido en la supuesta afinidad espiritual entre las teorías de Nietzsche y las de Blake, siempre en menoscabo de una ortodoxia católica que quedaría desenmascarada como fuente de gregarismo y alienación moral. A tal respecto conviene recordar lo cerca que está la concepción blakeana de la Eternidad de esa "ilusión de los trasmundos" condenada incansablemente por Nietzsche; y cómo el credo apostólico no ha dejado de insistir en la dignidad de la esfera terrenal, preservada en todos los anuncios de la vida futura. ¿No representa esto último, en puridad, un sí eterno a la vida? Las numerosas convergencias que se dan entre Nietzsche y Blake se sitúan en un nivel teórico muy superficial, y obedecen en cada caso a motivos muy distintos. Si nos movemos exclusivamente en ese nivel, bien podríamos suscribir, además, ciertos manidos clichés y las caracterizaciones más grotescas: Blake, el fascinante visionario que redescubrió el satanismo; Nietzsche, ese irracionalista genial que fue "malinterpretado por los nazis"...
2- Evangelista Vilanova, Historia de la Teología Cristiana Vol. 1 (Herder, 1985, p. 181)
3- Jean Daniélou: Mensaje evangélico y cultura helenística (Ed. Cristiandad, 2002, p. 312).


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