BLAKE, MÍSTICO SALVAJE. LAS DOS FUENTES DEL ANTINOMIANISMO BLAKEANO (II)
CRISTO EN EL CORAZÓN
Pilatos decidió conservar para sí el favor del César y los honores de
este mundo antes que la paz de su conciencia y el favor de Dios; de modo que
fue su razón junto a la de los otros lo que hizo que el justo fuera crucificado
por hombres razonables; pues el centurión y los guardias también eran hombres
razonables.
Ludowick Muggleton (A Looking Glass for George fox, 1756)
El divorcio entre el
mundo y el espíritu, presupuesto básico de todas las escuelas gnósticas, era
uno de los motivos más recurrentes en las prédicas de los muggletonians, secta religiosa a la que perteneció la madre del
poeta. Grupo fundado en 1652 por John Reeve y Ludowick Muggleton, sintetizaba
en sus propuestas el milenarismo de corte anarco-comunitarista de los diggers (abstractamente reformulado y
desprovisto de sus aristas más afiladas…) y el furibundo antinomianismo de los ranters (basado en una exaltación del
Amor universal de tintes panteístas). Ambos grupos fueron los principales
introductores del movimiento del Libre Espíritu en Inglaterra, cuyo aliento
provenía de las celebérrimas teorías de Joaquín de Fiore -S.XII- (venero de
algunas de las más influyentes corrientes heréticas posteriores al cisma
protestante: la idea, que Blake abrazó con ardor, de una Nueva Jerusalén recibe
su inspiración del milenarismo espiritualista, abiertamente utópico, del abad calabrés).
Todas esas influencias cuajaron en la doctrina que fue el verdadero motor espiritual
de los mugueltonianos: El Evangelio Permanente (The Everlasting Gospel).
Programa libertario –y libertino en varias de sus encarnaciones…- basado en un
cristianismo interior (francamente
beligerante respecto a las convenciones morales y sociales), Blake se sintió siempre
tan estrechamente unido a él que le dedicó un abrasivo poema homónimo, inconcluso
y falto de estructura.
José Luis Palomares,
a propósito de las “traiciones” que Blake, ejemplo de independencia intelectual
y artística a ultranza, inflige por sistema a las distintas escuelas y
corrientes con las que suele emparentársele, comenta lo siguiente: “En
realidad, la única tradición, o tradiciones, que Blake respeta y se esfuerza en
perpetuar (sin entrar en cuestiones pictóricas o poéticas) es la tradición del evangelio permanente: disidente, inconformista,
múltiple, indefinible, antiestatal, evangélica, anticlerical, promiscua,
escandalosa, plebeya y airada; siempre descontenta”. El principal impulsor de
este movimiento tras la aparición de los primeros adeptos al Libre Espíritu (cuáqueros,
anabaptistas, filadelfianos…), fue el extravagante Thomas Tany (quien, sin
embargo, sufriría duras críticas por parte de los mugueltonianos). Neurótico ex-ranter,
estudioso de la obra de Jacob Boehme y escritor de inflamados panfletos que
llamaban a la sublevación contra el orden político y religioso, Tany vertió su odio hacia
la racionalización del credo evangélico en líneas como estas:
Cristo en la cabeza es una mentira, si no
está en el corazón… Hermanos, mientras seáis activos sois una mentira y vuestra
religión es la del diablo (1).
La condena blakeana
del deísmo, la Natural Religion que
hace de Dios una entidad abstracta y convierte la fe y la imaginación en
facultades inoperantes, hunde sus raíces, sin ningún género de dudas, en estas primeras
manifestaciones del inconformismo evangélico.
El fuego de tan peculiar
tradición siguió ardiendo posteriormente gracias a Mrs. Jean Lead, perteneciente
a la secta filadelfiana. Su The
Everlasting Gospel Message contiene numerosas alusiones a la idea de la ‘forma
humana de lo divino’, central en la cristología blakeana (vid. nuestro anterior estudio), además de representar a la razón
como una gigantesca serpiente que es llamada “el gran monarca del mundo”. De la
misma manera, los mugueltonianos, que basaban su filosofía en un seudo-maniqueísmo
marcadamente gnóstico, consideraban que Satán, el gran señor de todos los
reinos, era el dios de la razón. Toda vida humana alberga este germen demoniaco
en su interior, ligado al principio material, puramente pasivo, que existe
desde la eternidad junto a Dios. Los principios cosmogónicos de esta doctrina -con
ecos de Boehme y del catarismo- son ciertamente curiosos: el dios de los
mugueltonianos, fuerza activa y omnipotente del universo, consintió la
existencia ab aeterno de la gran
tiniebla original para que su faz divina fulgurase de forma aún más intensa. Este
dualismo ontológico -que da cuenta del orden cósmico- tiene, al mismo tiempo, su
correlato terrenal en virtud de la atrevida teoría de las dos semillas, una fábula gnóstica que evoca la tradición apócrifa
ligada al Génesis: en los primeros
días de la creación, la serpiente del Edén, forma primigenia del ángel de la
Luz (Lucifer), penetró en el vientre de Eva, donde descargó su semiente. Eso supuso
la “encarnación” de Satán por medio del nacimiento de Caín y su posterior
descendencia, asociada al Mal en el seno de la tierra. La oposición a este linaje
estaría representada por la estirpe de Abel y set, engendrados por Adán y, por
lo tanto, propagadores de las potencias asociadas al Bien. Ni que decir tiene
que la aparición de ambos principios en el hombre, antagónicos y en eterno
combate, se atribuiría al mestizaje entre las dos razas consumado durante
milenios. Aun así, los mugueltonianos defendían la pervivencia de grandes grupos
caracterizados por poseer una mayor o menor proporción de un principio u otro, e
incluso de representantes más o menos “puros” de cada naturaleza.
Este mito acerca de
las dos naturalezas ínsitas en el hombre sirvió a los partidarios del Libre
Espíritu para introducir en sus soflamas acerados comentarios sobre la casta
religiosa, política y nobiliaria, atribuyéndoles su pertenencia a la estirpe de
Caín. Como agudamente observa José Luis Palomares, el motivo mugueltoniano de
las dos semillas bien pudo sugerirle a Blake la creación de los dos misteriosos
arquetipos conocidos como “el devorador” y “el prolífico”, figuras esenciales
en El Matrimonio, que parecen personificar
la castradora ley moral y los impulsos irrefrenables, respectivamente; pero más
importante aún fue el influjo que pudo tener sobre la impetuosa diatriba
Blakeana, fundamental en sus grandes poemas épicos Milton y Jerusalén, dirigida
a las potencias mundanas y a los legisladores satánicos, y que descubre, además,
el más noble estrato del suelo nutricio de su antinomianismo: “los defensores
del poder son de inmediato satanizados como descendientes de la semilla
diabólica. En un sentido metafórico general la noción de un linaje Satán/Caín
que incluye a los potentados de la tierra debe su origen a aquella tradición paulina
que se alzó como bandera de los reformismos en el siglo XVI (para luego, un
siglo después, servir de base a la corriente antinomianista) y que consiste en
definir la esencia del cristianismo en una lucha “no contra carne y sangre;
sino contra principados, contra potestades, contra señores del mundo,
gobernadores de estas tinieblas” (Efesios VI:12)”.
Los deístas, el séquito
de Voltaire, Newton, Rousseau y Gibbon sobre el que Blake descarga su ira en Jerusalem, se distinguirían precisamente
por abrazar los tristes principios de la sociedad moderna, desacralizadores del
mundo. Al haberse desprendido de la concepción trascendente de lo real y, en
consecuencia, verse huérfanos de la facultad imaginativa, se contemplan a sí
mismos habitando un yermo páramo sin confines, librados a su suerte, impelidos
a adherirse a los poderes terrenales. Éstos siempre enmascaran su afán por perpetuar
la coacción sobre toda comunidad humana con discursos sociopolíticos basados en
hipócritas generalizaciones y dudosos principios abstractos.
Los negros efluvios
del deísmo viciaron igualmente el ámbito de las instituciones educativas a ojos
de los disidentes radicales, cuya invectiva, abiertamente contrailustrada, Blake incorporó a su discurso de forma natural. Éste
no sólo desdeñó el programa iluminista de su época desde posturas
estético-filosóficas que prefiguran ciertas líneas básicas del incipiente
romanticismo; también, y esto es lo fundamental, impugnó su sentido y razón de
ser recurriendo a postulados religiosos radicalmente antinomianistas:
La educación no sirve para nada. La
encuentro errónea, es el gran pecado. Es comer del árbol de la ciencia del bien
y del mal. (2)
La única herencia
que Blake recogió –consciente o inconscientemente- de la Ilustración fue el ímpetu libertario orientado al terreno sociopolítico,
a despecho de no engañarse nunca respecto del infausto destino que, por
naturaleza, aquélla anticipaba. En efecto, la iniciativa ilustrada se apoyaba
en premisas tan generales (como la del bien
común, “la excusa del canalla” según Blake) que necesariamente corría el
riesgo de confraternizar sibilina e hipócritamente con el Poder, de verse
absorbida de forma taimada por él e, incluso, de instituirse en uno nuevo, tanto
o más despótico que el anterior.
Todos estos rasgos que
venimos señalando, y que definen la postura, que Blake hace suya, del disidente
radical inglés del Siglo XVII, se aglutinan en un cuerpo doctrinal sostenido
por los perennes fundamentos de la gnosis cristiana; un mosaico policromo que
combina antinomianismo, puritanismo y llamadas a la insurgencia. Todo ello en
pos de una iluminación interior transformadora, capaz de romper con las
estructuras de pensamiento y orden mundanos (aplicar aquí el adjetivo “burgués”
supondría una desdichada simplificación: no permitiría apreciar la prístina
soledad del alma gnóstica, su desasimiento del corrompido espíritu del mundo).
NOTAS:
1- To the Army and the risen people in all Lands (1653)
2- Conversaciones con Crabb Robinson


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