BLAKE, MÍSTICO SALVAJE. LAS DOS FUENTES DEL ANTINOMIANISMO BLAKEANO (I)
BLAKE, MÍSTICO SALVAJE
LAS DOS FUENTES DEL ANTINOMIANISMO
BLAKEANO
El Juicio Final tendrá lugar cuando sean expulsados todos los que perturban la Religión con preguntas
sobre el Bien y el Mal o sobre comer del Árbol de aquellos Conocimientos y
Razonamientos que obstaculizan la Visión de Dios y lo convierten todo en un
Fuego consumidor.
William Blake (Una Visión del Juicio Final)
El Matrimonio del Cielo y del Infierno es, de entre todos los grandes poemas
de William Blake, aquel en que el antinomianismo del autor se afirma de
forma más diáfana y rotunda. Obra relativamente temprana y tercero de sus Libros Proféticos -tras Tiriel y El Libro de Thel-, se yergue como la más imponente declaración de principios de toda la producción romántica inglesa (su There is no Natural Religion, más
breve y menos tempestuoso, comparte asimismo su recia condición de manifiesto).
De ahí su tono taxativo y oracular, el vigor de su síntesis lírico-plástica y la
audacia de unas sentencias que rezuman el espíritu subversivo del cristianismo
libertario inglés del siglo XVII, anárquico e irreligioso (1). No se trata únicamente
de que ese antinomianismo (en el cual se cifrarían los antedichos rasgos del radicalismo
disidente), constituya su leit motiv, el factor medular que le confiere unidad (y a cuya luz se resolverían las hipotéticas aporías
de las que, según la precipitada lectura de muchos de sus contemporáneos, haría
acopio la obra)... Antes que nada, supone el Gran Anuncio del primer Blake, una
flamante -y flamígera- revelación; nada menos que la problemática piedra filosofal
de los últimos dissenters, la cual,
al igual que el Cristo de los evangelios, acusa múltiples virtualidades: es piedra
angular al tiempo que arma arrojadiza, capaz tanto de derrumbar el viejo orden
como de sustentar la edificación de uno nuevo (Golgonooza, la ciudad de la
imaginación); piedra desechada, preterida por ominosas potencias racionales, y
escollo con el que es posible tropezar, piedra de escándalo.
Lo fundamental, si pretendemos
dar con las fuentes y el sentido de tan vidriosa doctrina, es darse cuenta de
que El Matrimonio es una obra que
muestra clara y orgullosamente todas sus cartas. Interesado en desvelar la verdad oculta, un malentendido secular que clama al cielo, Blake dota a sus “proverbios
infernales” y a sus “memorables fantasías” de una definición y trasparencia
absolutas, en mágica sinergia con un arte gráfico subordinado, según su propio
credo estético, a la claridad de la línea. Y es que las fuentes de inspiración
de Blake pueden ser esotéricas, pero no su lírica (límpida, perpetuamente
juvenil en su temperamento, paradójica y accidentalmente hermética en su exceso
de información -anécdotas privadas, pensamientos íntimos entremezclados con la imaginería
mitológica-, en su interés por decirlo y desvelarlo absolutamente todo –correspondencias
entre elementos aparentemente dispares dentro de su cosmovisión-.
Dejando aparte el excelso
referente, profusamente estudiado, que representa la tradición gnómica semítica
y griega (los escritos proféticos del antiguo Testamento, por un lado, y la reformulación
de los dichos sapienciales arcaicos que Heráclito llevó a cabo con sus
aforismos, por el otro), desde aquí sostendremos que el antinomianismo de El Matrimonio entronca con dos corrientes filosófico-religiosas cuyos
periplos históricos han transcurrido, más que en paralelo, en estrecha contigüidad,
con numerosos y continuos entrelazamientos: El gnosticismo cristiano primitivo (tanto en su versión heterodoxa,
con Valentín y Ptolomeo como máximos exponentes, como en la proto-ortodoxa,
perfilada por Ireneo, Clemente y Orígenes), absorbido, eso sí, desde la matriz tardo-protestante del
radicalismo inglés, y la tradición de la
mística occidental (neoplatónica y cristiana), dentro de cuyos parámetros
es posible ponderar debidamente la faceta “visionaria” del autor. La aproximación
a estas hipotéticas raíces del antinomianismo blakeano, acaso aventurada –y
necesariamente somera: uno es bien consciente de sus limitaciones-, nos
permitirá barruntar posteriormente el sentido unitario de una obra desbordante
y abrumadora, cuya endémica heterogeneidad conceptual está signada por una
voluntad de elevación extática que pivota alrededor del concepto de visión.
LA VERSIÓN DEL DIABLO
Set out runnin’ but I
take my time / a friend of the Devil is a friend of mine
The Grateful Dead (Friend of the Devil)
La ley moral que
los inconformistas radicales cuestionaban (ranters,
diggers, levellers…) no era nunca una suerte de entelequia o corpus teórico in abstracto;
era el substrato filosófico de las dos principales instituciones que han
gobernado -y constreñido- al género humano a lo largo de los siglos: Estado e
Iglesia. Según Blake, poeta exaltado e hijo de su tiempo, todo parte de un
malentendido milenario. La raíz del problema es esa carcoma que ha roído desde
el interior las doctrinas religiosas a lo largo de todas las épocas: la
distinción cuerpo/alma y su tradicional representación en los “códigos sagrados”,
con la condena de los instintos, asociados al primero, y divinización de la
razón, asociada a la segunda. Ya señalamos en nuestro anterior artículo sobre Blake y la gnosis la concepción monista
del espíritu que sostiene el poeta. El binomio razón-energía sería una
dicotomía derivada, mera constatación de nuestra naturaleza dañada. El
alejamiento del ámbito de la Eternidad, representado alegóricamente por la
caída de Albión, impondría límites al complejo pulsional que constituye nuestra
alma. La razón en Blake vendría así a representar tales limites, el sedimento
de una energía extenuada que se desvanece en sus contornos. Queda entonces representada
como mera pasividad; y, por lo tanto, cumple la función de contrapunto ejemplar
y primigenio de la energía activa, estigmatizada por la religión como fuente de
todo mal. Bien y Mal dependerán entonces del marco mitológico o religioso en
que se inserten.
El Relato religioso
tradicional insiste en que el hombre se condenará por someter su voluntad a la
tiranía de sus pasiones. En este sentido, La épica miltoniana no sólo entronca directamente
con tal paradigma, sino que representa por méritos propios una de sus
expresiones más acabadas, de inmarcesible aliento. Satán encarnaría el deseo omnímodo
que se revuelve contra el orden moral, el espíritu de rebeldía que trata de
derrocar a la razón legisladora. Milton ofrece así el relato de la gran
conturbación del cosmos: cómo el Mesías proscribió las fuerzas irracionales encarnadas
por Satán. Como ya se sabe, la “versión
del diablo” que nos ofrece Blake es bien distinta. En su infernal teatro del
cosmos hay un significativo –y drástico- cambio de papeles: el Mesías de Milton
es realmente Satán, el cual construyó un cielo con lo que hurtó al abismo tras
su caída. La razón es así un ente parasitario, un simulacro que vive de energía
residual y que, para colmo, se inviste a sí mismo como hipóstasis suprema. Las pasiones,
de este modo, se ven domeñadas por una sombra espectral que arraiga en el eco
mortecino que éstas desprenden. Suprema ironía cósmica, es la tragedia que se plasmará
minuciosamente en la corrosiva biblia del infierno blakeana, El libro de Urizen.
El equívoco juego
conceptual que presenta esta inversión de valores parte del conflicto entre
facultades humanas aparentemente contrapuestas, motivo fundamental en el mito
de la caída; esto es: una potencia trata de imponerse a la otra, vulnerando la
armonía primigenia. En ambos casos el alma pagará un alto precio por su hybris:
alienación, desamparo, perpetua falta de arraigo… La versión infernal declara que
este desahucio del alma se debe a la obliteración del deseo por parte de la
razón, desmintiendo –y subvirtiendo- el majestuoso relato de Milton (poeta
genial, “del partido del demonio sin saberlo”): el Mesías del Paraíso Perdido, razón hegemónica, no es
sino el Satán del libro de Job, agente acusador que vive por y para la
discordia. Incapaz de existir por sí mismo, es un apéndice hipertrofiado del deseo
que trata de colonizar a éste, ciego a la condición mistificadora y
contradictoria de su propósito, de una hipocresía congénita. La necesidad de
edificar su ideario a expensas del mismo deseo queda registrada en el Evangelio
de Juan, donde Jesús ruega a su Padre por la venida de un nuevo Paráclito. Éste
será el Espíritu de la verdad (el Deseo, según Blake), testimonio y legado del
que habita en el fuego eterno, fuente inagotable de la energía. En el texto evangélico, el anuncio de este advenimiento se vincula de forma natural con la imprecación
al orden mundano, sede del cálculo pragmático y de las leyes racionales; de la
moral utilitaria y del dogmatismo religioso; del culto al becerro de oro y a
una nada consagrada como substancia del todo: “El Espíritu de la verdad, a
quien el mundo no puede recibir porque no lo ve ni conoce. Vosotros lo
conocéis, porque con vosotros permanece y en vosotros estará” (Juan: 14, 16-17).
La identificación de este nuevo Paráclito, también denominado por Blake “el Consolador”,
con el deseo y la energía humanos, constituye una de las claves de la
heterodoxia blakeana, al tiempo que explica buena parte de los errores e
incomprensiones que nublaron el juicio de muchos de sus críticos (coetáneos y
de épocas posteriores).
NOTAS:
1-Hablamos de ‘religión’ atendiendo antes que nada a su dimensión institucional. Según Ismael Belda (prologo a Una Visión del Juicio Final), a Blake "le parecía que el hombre en masa, opuesto al hombre individual, solo manifiesta "las Virtudes Egoístas del Corazón Natural" y que ninguna religión organizada puede hacer otra cosa que aprisionar y destruir la pura actualidad de la energía y de la imaginación. Pocas veces en su vida puso los pies en una iglesia" A este respecto, conviene recordar el siguiente comentario de S. Foster Damon: "La Iglesia Universal era la única iglesia que Blake reconocía. Su doctrina era el Evangelio Eterno, su congregación la Hermandad del Hombre, su símbolo la Mujer en el Desierto y su arquitectura la gótica. Todas las demás iglesias Blake las rechazaba con la aversión del Disidente, pues la Iglesia y el Estado, el sacerdote y el rey, son para él los dos poderes malignos que gobiernan la sociedad" (Witness Against the Beast).


Esta serie de artículos, que iré racionando los próximos meses, se escribió bajo el estimulante influjo sonoro de los siguientes discos: 'Stormcrowfleet' de Skepticism, 'Longing' de Bell Witch, 'Forest of Equilibrium' de Cathedral, 'Bullhead' de The Melvins, 'Pilgrimage' de Om, 'Exhumed of the Earth' de Paramaecium, 'Stream from the Heavens' de Thergothon, y 'Aesthetica' de Liturgy. No me cansaré de decirlo: dentro de algunos de los subgéneros más extremos del Metal es donde puede encontrarse desde hace décadas la música más "enteogénica".
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